ME ACOSTÉ CONMIGO!

 

Y en verdad que ha valido la pena pasar la noche conmigo. Enmedio de emociones y sensaciones, con el roce de las sábanas suavecitas sobre mi piel. Noche de diálogo interno y de redescubrimiento, noche de amor por el mundo y por mí, por mí y por el mundo. 

No, no podría dejar al mundo rodar solito, sin acompañarlo y resultándome indiferente. Cómo podría? Será que pueda yo darle un empujoncito? Pienso ahora en la soledad de los que no saben hacerse, HACERSE compañía con sus propias personas, que no han descubierto aún que son lo más importante que tienen y que estarán consigo mismos hasta el fin de sus días, que con ellos nacieron y que con ellos morirán, que nadie más podría usar sus zapatos.

Nadie más podría mirar hacia ese interior quizá lleno, quizá no tanto, pero tan propio! Y no darse cuenta de ello en verdad que es algo que me consterna. 

Y así como ese tipo de soledad que carcome me duele, me duelen también el hambre, el frío y la desesperanza. Me duelen la indiferencia y la intolerancia.  Me duele el dolor ajeno, pero ¡Ay! Más me dolería que no me importara. 

Ese empujoncito quizá débil e insignificante es lo que puedo dar. Prefiero hacerlo que cruzarme de brazos. Ay! Si tuviera más fuerza para que en verdad pudiese lograr algo! El sueño de tantos: acabar con el hambre de pan y el hambre de amor, acabar con la violencia, con la indiferencia, con el egoísmo! Esa indiferencia que mata y ese egoísmo que hace lo mismo: destruir desde lo más hondo y profundo. Porque en general hablamos de gente que no se ama a sí misma y que en ese mirar solamente para SÍ va su propia destrucción. Al menos si se amasen, construirían un pedacito de humanidad. Pero no, es la nada por la nada.

Y así siguen mis pensamientos dando y dando vueltas para un lado y para el otro, y construyo con todo esto una ORACIÓN, le hablo a Dios de mis sentimientos, acaricio su manto y me recargo en sus pies. Y vuelven mis sentidos a palpar la suavidad de esas sabanitas de color rosado, tan dulce y tierno, y me doy cuenta que mi piel merece ese roce y esa caricia. Porque estoy conmigo y me tengo a mí, doy gracias por ello. 

Es que... No siempre me tuve! No siempre fue así. Para encontrarme tuve qué recorrer un largo camino y en muchas ocasiones las espinas traspasan mis delgadas sandalias hasta clavarse muy, pero muy hondo. Como si con el corazón caminara, hasta allí llegaban unas punzadas y sentía la humedad de unas gotitas de sangre en todos los tonos de rojo posible. Era doloroso, había un gran vacío. Esas gotitas subían su tono, desde pálido hasta el rojo más ardiente, rojo que quema, y pude darme

cuenta de que necesitaba encontrarme para no estar tan sola enmedio de mi vacío.

Fue duro, difícil y se hacía eterno.

Es por eso que ahora que me tengo, estoy tan enamorada de este momento en que puedo hacerme compañía. En que soy consciente de que estoy y de que SOY. Pequeña, mediana, grande,  pero SOY. Ah! Y puedo dar, pero ahora sé también recibir. No fue tan fácil aprenderlo, uno siente de pronto que todo se lo tiene qué proporcionar una  misma y el recibir no es cosa buena porque implicaría una deuda a posteriori. Oh no! Qué error! Por eso digo: fácil, no fue.

Y en esta madrugada en que hablo con Dios, en que dejo que la vida me haga mil caricias tiernas y sinceras, siento el goce pleno de mi propia presencia como el regalo de vida que ES. 

Y hoy puedo decir, de verdad puedo y con todo lo que conlleva,

GRACIAS

GRACIAS

GRACIAS! 

Por la vida

 A la vida

Y antes que todo

A DIOS...❤️❤️❤️