CASI PIERDE A DIOS
Una familia grande, muy unida. Amorosa, comprometida. Y sin embargo, un buen día, en la edad en la que suelen ocurrir estas cosas: plena juventud, edad de querer comerse el mundo a bocados bien grandes, todos los hermanos, hijos de Pepa y Pablo Martínez, ya tienen decidido su camino. Todos tienen muy claro lo que desean en la vida, el rumbo a tomar, sus deseos, ilusiones y ambiciones.
¡Se llevan tan lindo! Unión familiar, de esas que no siempre se dan, o bien no siempre son tan lindas. Aunque bien sabido es que no existe la perfección, estamos hablando de una familia y de un amor que los une, que son una maravilla.
Luz, ¡Vaya situación en que se llega a encontrar Luz!
Así es, Luz es la única de los seis hermanos que está indecisa. Más que indecisa, está desorientada, no hay nada claro para ella en el panorama que ve ante sus ojos. Y algo en su interior siente que le dice, que le susurra que debería ser como sus hermanos. No se perdona a sí misma (aunque ni siquiera se da cuenta) el no tener claras sus ideas.
Y así Luz busca, piensa, y quiere -tal cuál sus cinco hermanos- ser alguien fuerte, con una personalidad bien definida y con un futuro prometedor, respirar tranquilidad por saber bien sus objetivos. Por supuesto que todo esto es lo que observaba en sus hermanos y más aún, en los amigos cercanos, en su entorno.
Luz se fuerza a sí misma a hacer algo por seguir un camino propio y cristalino, sin dudas, totalmente definido. Y se le ocurre algo fuera de serie: ser monja de clausura.
Por supuesto que esto llama profundamente la atención de la familia. Su madre la cuestiona, al igual que su padre y sus hermanos.
"Luz, qué locura se te ha ocurrido!" "¿Cuándo descubriste que tenías esa vocación?" "¡Niña, pero qué te sucede!"
Es verdad que la familia profesaba la de católica. Pero, ¿de eso a confinar su vida en un enclaustramiento que la alejaría de todos sus quereres terrenales?
Pero a Lucía, después de algunas meditaciones (no las suficientes), una que otra lectura, vivió en su mente algo "ideal" y que rompería esquemas. Logró lo que quizá inconscientemente deseaba: llamar la atención de su alrededor, ella quería que todos pensaran que también, tal cual ellos, sabía muy bien lo que quería, y... ¡No era así!
Por más unión que hubiese en esa familia, ella mantuvo su gran secreto, su intimidad muy callada, nadie se dio cuenta de lo que le pasaba.
Y así llegó el día en que esa decisión se lleva a cabo: Luz ingresa al convento. Se deshace de todas sus posesiones materiales, hizo votos de pobreza, castidad y obediencia. Y sí, se recluye renunciando a ver a los suyos, entregando su vida a un mundo "ideal".
Así, comienza su nueva vida. Buscando algo que ella no tenía claro para nada, se fanatiza totalmente y dice "todo sea por Dios, el amor de Dios, el amor a Dios, serán mi fuerza".
Pero... Pero comienzan a suceder cosas que ella jamás imaginó. A los pocos años vio cosas que no la podían convencer, cosas que nada tenían que ver con Dios. Si bien disfrutaba sus madrugadas cantando al Señor, y algunas compañeras muy dulces, el silencio de ese claustro que elevaba su inspiración, montones de pormenores (muy mayores) la cuestionan. ¡No, no era el mundo que ella esperaba!
Donde todo se suponía que iba a ser "perfecto", encontró mezquindad. ¡Demasiadas reglas! Y... Romperlas era el pan nuestro de cada día. ¡Mucha hipocresía y manejo de las situaciones a conveniencia! Intereses creados.
Competencias y celos. ¡Increíble! Nada que ver con lo que era la idea de un Dios de amor. Era un mundo de conflicto de intereses, de egos.
La manipulación era el arma mortal que se utilizaba entre las autoridades superiores. Llegaba el momento en que se trataba de complacer a los superiores, más que ¡a Dios!
Y no, Luz no era la única joven llena de confusiones. Las demás chicas comenzaban a somatizar la angustia y la PRISIÓN. Sí, era en sí una prisión. Se enfermaban sin causa "aparente".
"Es este el Dios al que amo y quiero servir, dedicar mi vida entera? " No, no y no. Y el tener que guardar un mortal silencio hacía las cosas aún más difíciles.
Sin embargo, había una vida "social" entre la madre superiora y algunas otras autoridades eclesiásticas. En un primer momento esto le pudo parecer atractivo, pero no tardó en darse cuenta de que nada tenía que ver con la idea que concibió en un principio de lo que sería convertirse en una monja de clausura.
Más cabalmente se dio cuenta de las cosas cuando la enviaron a otro monasterio, en un país lejano. La distancia fue un detonante que le permitió ver un poco más de luz.
A la hora de ingresar, nadie la cuestionó allí adentro. Nadie se interesó por saber si tenía en realidad una certera vocación religiosa. Esto fue algo que también, con los años, se cuestionó.
Luz abría poco a poco los ojos, con el paso del tiempo.
Era una institución con normatividades basadas en pequeñeces, ¡Nada que ver con Dios!
Así, pasaron 16 años. ¡No es poco tiempo si estamos hablando de la vida de una chica joven que dejó allí una gran parte de su existencia!
SE ESCAPÓ! No pudo más. En un principio la detenía el hecho de acabar con todo lo que se había propuesto, cuando en realidad ni ella misma sabía lo que quería. Era ya tanta la opresión sobre su pecho, que nada más le importó. Luz no quiso pasar por cuestionamientos ni porque la madre superiora la intentaste convencer, como ya lo había hecho en ocasiones anteriores. No no, Luz no podía más con su alma. Dios no era eso, el mundo no era eso! Se dio cuenta que Dios es para todos.
Salió sólo con lo puesto y comenzó a paladear una auténtica libertad. Se le quitó ese peso de encima, ese peso que no la dejaba respirar.
LA ALEGRÍA DE LA FAMILIA FUE ALGO TAN DULCE! La recibieron con todo el amor, sin cuestionarla. La abrazaron, la besaron, lloraron todos. ¡Habían pasado dieciséis años! La encontraron un poco desmejorada pero su rostro, antes que nada, reflejaba una nueva esperanza.
Vio a Dios en cada detalle que tenía enfrente.
Vio a Dios en el Cielo abierto, sin aquella cárcel. Sin aquella injusta y tremenda hipocresía que, si bien no eran buenas en ningún ambiente, ¡Cuánto menos en una vida supuestamente dedicada exclusivamente a Dios!
Luz, se encontró con Dios. Su fe creció en vez de disminuir, afuera de esas paredes tan llenas de vacío. ¡Su vida al fin iniciaba! Ya nada importaba, solamente el hecho de que en total libertad encontraba más a Dios, que Él estaba dentro de su alma, en los ojos de su madre, ¡en todo lo que miraba! Crecía pues, su mundo, su perspectiva, su panorama, sus ilusiones y al fin, al fin tenía una vida.
Luz era otra, no dejaba de sonreír y de agradecer esta nueva oportunidad de vida. Supo que jamás volvería a tomar una decisión precipitada.
Su padre le preguntó:
"Hija, encontraste a Dios?"
"Noooo papá! Allí, allí CASI LO PIERDO!
Dios es amor
A veces las decisiones precipitadas, nos hacen perder algo muy valioso, pero como siempre digo, nunca es tarde si la dicha es buena. Una historia triste con un final feliz. Besos 😘
ResponderBorrarClaro Mar, siempre es tiempo! Gracias, besitos y abrazos
BorrarQuizá hay más de Dios en aquellos que nunca han pisado una iglesia pero lo demuestran a diario con sus acciones.
ResponderBorrarPero por supuesto que sí! Definitivamente!!!
BorrarHola Maty, me ha gustado mucho tu relato, primeramente por la forma en que lo escribes y después porque siempre he pensado que eso de enclaustrarse para buscar a Dios está medio raro. Sin embargo, lo respeto. También he sabido de cosas que pasan en los conventos, alguna ex- monja me ha confiado situaciones. En lo personal se me hace un ambiente poco propicio para servir a Dios. Yo creo más en el ejercicio del amor dando de comer al hambriento, enseñándoles, ayudando a construir sus casas, no sé. Eso de los conventos de clausura como que no... Sé que hay instituciones religiosas que ayudan mucho, pero otras no lo hacen. Me da gusto que tu personaje encontrara la "luz" al final aunque da mucha pena el tiempo que le toma. Un relato también para la reflexión. Te dejo un abrazo.
ResponderBorrarAy Ana! La de historias de las que me he enterado también! No no, nada de eso me convence. Lo que dices de ayuda al prójimo es lo ideal.
ResponderBorrarGracias por tus palabras y por estar aquí. Un abrazo con cariño.
Me ha encantado esta historia. Y es que Dios está en todas partes, no donde dicen algunos que está. La familia, es soporte y resorte infalible, es el refugio donde volver cuando estás perdido. Desde luego las decisiones importantes y trascendentales hay que meditarlas mucho, como dicen contar hasta 10 y a ser posible 100 o 1.000 antes de decir o hacer. Felicidades, Maty! Un beso
ResponderBorrarTe doy las gracias por leerte varios de un tirón estando apretada de tiempo, querida Mayte. Y sí, hay que pensar bien las cosas!!!
BorrarAbrazo y beso!!! 💐