SIN UNA SOLA PALABRA

Muy delicadamente cae esa tela suave dejando su hombro al descubierto, un hombro suave y sonrosado que, aún teniendo la vacuna de la polio, cuya marca quedó para la eternidad, la muestra a ella así, naturalmente sensual. Moja sus labios en un acto de autoconsentimiento, porque antes de ninguna otra cosa, ella se pertenece a sí misma. Esto hace justamente que sea más valioso lo que  ella puede obsequiar. Se siente ella misma, siente. 

Se percibe un aroma de ellos dos, un aroma propio que les hace sentir un ambiente por demás cálido y tierno.  

Su hombre, su compañero, su amante, caminaba por todo el cuarto. Arreglaba sus cosas, se movía a ratos al ritmo de la música que salía de la ventana del vecino. 

No había más ruidos, sólo sus respiraciones y esa música no lejana, pero tampoco tan cercana.

El dueño del ambiente era el silencio. Mantenía este un diálogo con las paredes, con el hombro descubierto y su vacuna, con el caminar de ese hombre. Erotismo y ternura.

Nunca, jamás, permitieron que se extraviaran en el vacío las razones que los tenían allí. 

Estaban totalmente fundidos, compartían sus amores propios y el resultado se traducía en una perpetuidad presente hasta ese momento, y desde los suspiros ya más lejanos en el tiempo. 

Un día, quién sabe cuándo, ni cómo, una sola mirada les hizo saber que así sería. Sin una sola palabra. 

Desde la ventana se miraban luces de todos los colores posibles porque se acercaba la época navideña. Pero esta escena de repetía una y otra vez en cualquier época, sin fechas, sin calendarios. Todo esto era la cosecha de un trabajo a diario y sin desmayo porque las cosas fuesen así. Los dos lo hicieron posible.