REGALOS INSOSPECHADOS

La vida nos da cada día obsequios, aunque quién sabe cuándo será el día en que nos de lo más excelso y lo más sublime. Los regalos no siempre son iguales ni en calidad ni en cantidad. Está llena, repleta de ellos , y pensar que pasan inadvertidos para muchos... Pero para muchos otros, son una luz y un remanso, plenitud y canción de amor.

PADRE E HIJO

Padre:  ohhhh, se ha terminado mi pan favorito.

Y lo dice sin pesar. Con una tenue sonrisa que dibujan algunas de esas señales inequívocas de que lleva ya un rato transitando por acá. Lo dicen también sus cabellos canos, largos y un tanto cuanto descuidados, o sencillamente no muy bien alineados. Pero hacen un maravilloso conjunto con esa sonrisa que también denota cosas que describir sería difícil. Intentándolo un poco podríamos decir que era tierna, llena de dulzura, de gozo.

Hijo:  "¡Pero no te olvides de disfrutar!"

El pequeño tendría a lo sumo 10 añitos. Hacían una dupla estupenda: también el cabello largo, al mismo estilo del padre, casi parecía ser su clon. Parecía también querer decir "yo amo a este hombre que ahora miro tan alto, tuerzo el cuello para alcanzar sus ojitos, me gusta ser como él porque soy una extensión de él, casi somos uno mismo". "Él me ha enseñado lo que hasta ahora sé, por eso quiero que disfrute pese a lo que sea, que disfrute porque lo merece, porque así debe hacerlo, porque él lo da todo porque yo haga lo mismo". 

Alguien que no fue llamado a esa conversación tan de ellos interviene porque le ha llamado la atención la viveza de ese pequeño, hace énfasis en la inteligencia y generosidad del niño hacia su padre. Sin embargo ellos dos, tan en lo suyo, viviendo sus instantes tan propios, hicieron caso omiso y siguieron su conversación.

Padre:  ¿Qué pan deseas tú? 

Hijo:  " Este me gusta, sí".

Padre: "Pues pídelo".

"Oye, yo quiero un ojo".

Hijo: "A mí me encanta el ojo".

Padre: "Pues pídelo también".

Cada vez que se dirigía a su hijo bajando su mirada para encontrarse con los ojos del chico, mientras este miraba hacia muy arriba (era muy alto su padre) ; su sonrisa única. Llena de amor y de ternura.

El chico correspondía, de    manera que hacía ver la comunicación profunda que había entre ellos dos. La complicidad, el amor.

Les dieron sus panes y se retiraron caminando tan juntos y tan ellos que no se podía más que contemplarlos, su caminar era lento, como intentando prolongar esos momentos en esa noche fresca. Mirar atentamente para no dejar pasar de largo que en esta vida existen cosas como esta. El padre era ya mayor para tener un hijo tan pequeño, conquistaba cada una de sus palabras amables con esa sonrisa especial, con esa mirada tan interesada en las respuestas de su hijo que, aunque hablasen del pan dulce que se iban a comer,  denotaban lo que a tantos hace falta: un rato de parsimonia, de armonía, de amor profundo, de disfrute de un instante aparentemente muy simple. Y sí, simple, porque en la sencillez se encuentra la grandeza de la vida. 

Y así en esos pasos alcanzaron a mirarse. De lo que se tratase la plática entonces era lo de menos, lo lindo fue ver que parecían no tener prisa, concentrados allí, mirándose, el uno bajando los ojos, el otro levantándolos. Tanto por esto como por su aspecto físico, cabello largo y de la misma forma, parecían dos personajes de cuento.

El "te amo" tan necesario para la vida estaba más que dicho en esas breves y eternas acciones.